Los músculos dormidos de la política

La elección presidencial del 25 de octubre detonó el mecanismo electoral impuesto por la Constitución de 1994 y que tiene una cláusula tácita: no siempre salir primero es ganar.








Para entenderlo había que analizar las caras de los candidatos: Scioli fue el más votado, pero no hubo celebraciones en el Luna Park. Macri salió segundo, pero fue el que más festejó.


Desde hace décadas se habla de la maldición del gobernador de Buenos Aires, pues ningún mandatario bonaerense logró ser elegido presidente. Lo de Scioli no parece maldición, sino un tropiezo con su propia sombra. Llegó a ser candidato como el elegido de Cristina, pero su madrina también le puso el techo. Justamente Cristina comenzó a despedirse del poder, quizá de una manera que no le gusta; con perfil bajo. La estructura política que construyeron durante 12 años comenzó a tambalear. Macri es oposición y Scioli necesitará diferenciarse para crecer.


Pero lo más importante de la “revolución electoral” del 25 de octubre es otra cosa. Las relaciones de fuerza en la política nacional también comenzaron a cambiar. En los últimos 12 años el kirchnerismo gobernó y manejó la iniciativa política. La pereza había inundado a los partidos de la oposición, que habían perdido la ambición de buscar el poder. La primera señal de cambio se había dado en Mendoza con la primera victoria de “Cambiemos” en un distrito grande.  


El próximo presidente también deberá saber acordar, ceder y capitalizar oportunidades. La “votadora” del Congreso no servirá porque no habrá mayorías y en las ciudades y provincias poderosas el poder está repartido.


Hay agotamiento luego de un año difícil y cargado de política. También hay incertidumbre, estado que se mantendrá un mes más. Pero que haya segunda vuelta es bueno: obliga a ejercitar músculos que estaban adormecidos en nuestro sistema democrático.